Semana en el Oratorio

Mes de febrero, mes del Amor

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13.10.17

Explicación de la subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz


Nota: Puedes descargar este libro al completo (formato pdf) desde aquí.

Partiendo de los textos del místico y santo San Juan de la Cruz, Fray Antonio Arbiol, franciscano, en su libro "Mística fundamental de Cristo Señor nuestro", incluyó una misteriosa estampa en la cual resumía el camino a la perfección cristiana. En realidad era una copia que originalmente formaba parte de unos 50 dibujos, que el santo realizó en torno al año 1579 para sus alumnos. El más representativo -con copia exacta y notarial, aunque original ninguno se conserva- fue dedicado a su hija espiritual Magdalena del Espíritu Santo, de la comunidad de las carmelitas descalzas de Beas de Segura. Ingeniosamente este santo pinta el encumbrado Monte de la Perfección, y para subir a él pone tres caminos: uno recto, en medio, y dos torcidos a los lados. Al pie del Monte, bajo el camino derecho que sube hacia el mismo, pone las palabras de Cristo Señor nuestro: "Estrecho es el camino que guía a la vida", y sobre ellas el mismo, en el mismo principio del Camino recto, pone: "Senda estrecha de la perfección".

Esta senda comienza muy angosta, pero a medida que se va ascendiendo por ella y se avanza, se va dilatando, haciéndose luego muy ancha y espaciosa. En esta senda recta, que está en medio, pone cinco veces esta palabra: Nada. Y así, desde su principio, y a medida que se progresa, nos da las pistas de cómo ir ascendiendo: Nada, Nada, Nada, Nada, Nada. Estas cinco "Nadas", que están en la Senda recta, corresponden a cinco géneros de bienes del Cielo, que están a la diestra de esta senda, que son: Sabiduría, Consuelos, Gozos, Seguridad y Gloria; entre ellos pone "ni estos", y a la siniestra de la Senda recta, otros cinco bienes de la Tierra, que son: Descanso, Ciencia, Honra, Libertad, Gusto. Entre ellos se ve inclinado el texto: "ni esto otro". Es decir, nada de eso, y nada de lo otro. O, dicho de otro modo: que de los bienes de la Tierra, ni aún de los bienes del Cielo, nada ha de apetecer el alma que desea rectamente subir a lo supremo del Sagrado Monte. Un vacío, por tanto, y desapego absoluto, sin inclinarnos ni por uno ni por otro.